Silencio. Naturaleza. Vistas hasta el infinito. Tranquilidad. El sonido de una fuente. Un cervatillo correteando entre los árboles. El olor de la lluvia que se acerca. Escuchar correr el agua de un río. Y nada más. Puro relax.
No, no estoy desarrollando la creatividad de un anuncio de compresas. Os estoy describiendo lo que he vivido estos cinco días. Porque, supongo que habréis adivinado, he estado ausente. Perdida. Encontrándome de nuevo.
Y llegando casi al fin del mundo, del estrés y del ruido:
Necesitábamos unos días de descanso para recuperarnos y sobretodo ponernos las pilas de cara a la temporada que se nos avecina (los negocios de ocio es lo que tienen, que te absorben la energía cuando todo el mundo está disfrutando). Y teníamos la idea de irnos a un hotel con spa para regalarnos un pequeño lujo asequible. La primera opción en la que pensé fue el Barceló Asia Gardens, al que pienso ir en esta vida o en la otra, como El Último Mohicano (¿o era Mohedano?). Pero la verdad es que se nos salía de presupuesto. Un poquito sólo. ¡Ja! Y en el mejor momento nos llegó una gratísima invitación: una estancia en el Hotel Cinco Estrellas Gran Lujo Palacio de Sober.
La verdad es que está en un sitio al que a mí no se me ocurriría ir si no fuera por la invitación (en Sober, al lado de Monforte de Lemos, provincia de Lugo, pero en el interior; a cinco horitas y pico en coche desde casa, y además con una parte importante por carreteras nacionales). Porque tengo ganas de conocer mejor Galicia pero me llama más la atención la zona de la costa, las rías bajas, etc. Pero esta oportunidad había que aprovecharla. Y ha merecido la pena.
Sé que esto es un blog de belleza, pero me parece una buena idea compartir con vosotras lo que he vivido estos días porque me ha cambiado la cara. Eso sí, desde que volví a casa he recuperado la antigua, pero la relajación la estoy intentando mantener a base de recordar las sensaciones. Y si no, mirad qué cara de descanso tenía el segundo día de estar allí (sí, esa es mi mejor cara, no paso de ahí):
Además, la estancia nos permitió disfrutar del magnífico spa que tiene el hotel, y darnos un masajito cada uno. El mío consistía en un peeling con semillas de cacao y después un masaje revitalizante con manteca de cacao. Como os imaginaréis, delicioso. Eso sí, obviando que, mientras me atendía, la especialista no paraba de hablar y además me dijo “El otro día vino una chica muy jovencita a hacerse un tratamiento; era más joven que Usted, tendría unos treinta o veintiocho años…”. Sí, ya lo sabéis, yo tengo treinta recién cumplidos. Creo que por eso tuvo que esmerarse más en quitarme la tensión de los hombros.
Otra cosa de la que disfrutamos mucho fue de los alrededores del hotel. Unos miradores al Sil preciosos, pueblecitos aislados (con sus maravillosas carreteras de dos metros de ancho que te tienen que servir para los dos sentidos y en las que más te vale no cruzarte con nada que no sea una bici de paseo), naturaleza pura, mucho verde… Y qué gastronomía, por dios. Ejercicio no he hecho ninguno, pero mover la mandíbula ha sido un no parar. Qué pescados, qué carnes, qué postres nos hacían en el hotel. Y qué buenos vinos los de la Ribeira Sacra. Vamos, que no me he privado de nada, que un día es un día (bueno, cinco).
Además, uno de los días nos acercamos hasta Rinlo, junto a Ribadeo (ya en la costa, al ladito de la frontera con Asturias). Fueron dos horas y media de ida y las mismas de vuelta, pero ver la Playa de las Catedrales, la de los Castros, y comer en La Cofradía no tiene precio (alguien debería coger esta frase para un anuncio de… no sé, se me ocurre una tarjeta de crédito, por ejemplo).
Así que aquí me tenéis, de vuelta, renovada y con novedades a mansalva que contaros ya sí, sobre belleza y las cosas de las que solemos hablar aquí. Por cierto, me tenéis que reconocer el mérito de poner mis fotos, que me da un corte que me muero, pero me parecen más entretenidas que fotos de paisajes, ¿no?
¿A dónde os escapáis cuando necesitáis una cura de relax?